Son pocas las películas que te dejan pensando acerca de las pequeñas cosas de la vida o te dejan con esa sensación de nostalgia, de que algo falta o que nunca debería haber dejado. Good Bye Lenin es una de esas.
Ayer me repetí el plato por segunda vez. Por esas suertes del desvelo y del autómata movimiento de mi dedo sobre el botón de avanzar en el control remoto, la encontré en el HBO recién comenzando. Aún puedo oir en mi mente la música y siento que me transporto a un rincón borroso y algo teñido de sepia, algo inoloro, pero que evoca demasiado. Es de esas películas que hacen desear volver a aquel feliz o emotivo momento de tu historia y guardarlo en un cajón para recurrir a él en cualquier momento. Ese pasado en que las cosas parecían tan sencillas y tan ciertas, que poco importaba lo que venía después. Porque vivíamos el día a día, porque nos alegrábamos con pocas cosas y porque eramos más inocentes que ingenuos.
La vida parece extraña algunas veces, pero me atrevo a decir que, como humanos, somo nosotros demasiado extraños para darnos cuenta de lo sencilla que puede llegar a ser.
martes, marzo 22, 2005
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